La sopaipilla no destrona al pastelito. Los migrantes venezolanos la reiventan
Globalízateradio.- Texto Raúl Semprún @Cronicasechile
«Es un vulgar pastelito sin relleno». La expresión pertenece a un venezolano y podrías ser tú, él o cualquiera que resida en Chile, porque no se aleja de la realidad.
La popular sopaipilla chilena que no es otra cosa que una masa de harina de trigo con ahuyama y manteca, cuya forma es generalmente circular, le genera una especie de reacción adversa al criollo que la prueba por primera vez.
Su bajo costo, de hasta 100 pesos por unidad en comparación con los hasta 1000 pesos en los que se consigue un pastelito, la incorpora a la dieta de los venezolanos.
Pero, cuál es la etimología de la sopaipilla?
La página directoalpaladar.com revela que la receta de este pan frito llega a América en 1726 junto con los colonizadores españoles, quienes las llamaban “sopaipa”, palabra de origen árabe–española que significa pan mojado en aceite y que los araucanos la bautizaron como sopaipillas en honor a un ave.
En Santiago se consiguen principalmente en invierno, en puestos domésticos y carritos ambulantes que la sirven caliente y con salsa de tomate, mayonesa, mostaza (todas con textura gelatinosa y sin tanto sabor), salsa de ajo, pebre (un preparado con tomate, cebolla, ajís dulce y picante, perjil y cilantro) y picante, entre otros aderezos.
El pastelito no deja de ser un placer culposo, pero conseguir con la calidad real venezolana y a bajo costo no es tan fácil.
Madelin Morales, zuliana, las asimiló sin problema y las prepara en su hogar.
«La primera vez que la comí me la hizo mi esposo con pebre y me encantó. Me recordó al pastelito», recuerda Morales. Ella, como muchos, venezolaniza sus aderezos. «Cuando le puse una lonja de queso encima me gustó más. He comido con jamón, carne molida y con pollo».
Roberto Pérez asegura que es fiel al pastelito. Rememora unos pastelones que le hacía su abuela con carne mechada, pollo, papá y queso y huevo cocido. «Nuestros guisos son insuperables», afirma.
Pérez empezó a comer sopaipilla con cierta resistencia hasta que en un carrito quedó prendado de la salsa de ajo.
«Me hice adicto. Como con los pasteles en Venezuela». Hoy compra la masa por cantidad y su esposa le prepara salsa tártara, guasaca y guisos y preparados similares a los de los pasteles.
Las sopaipillas pasadas son dulces y de allí viene el aporte americano, que según directoalpaladar.com, no fue otro que darle el baño de chancanca, es decir, pasarlas por una sapor típica de la repostería chilena, elaborada con azúcar sin refinar y melaza. «Ésta la disolvemos en agua que saborizamos con canela y cáscara de naranja o limón», reseña.